(07-01-2017, 21:11 PM)suricapri escribió: Yo digo el 55 
EFICACIA
El pesimista se queja del viento.
El optimista espera que cambie.
El realista ajusta las velas.
Guillen George Ward.
Los momentos de tormenta forman parte de la travesía del vivir. Pensar en la posibilidad de una vida sin la irrupción de inesperadas ventiscas y sin cielos en los que, de pronto, aparecen negros nubarrones y grandes olas, es ignorancia de la leyes de la naturaleza.
El río de la vida fluye entre las orillas del placer y del dolor. Un diseño existencial que se basa en el contraste y que cuando la mente humana lo asume y acepta, resulta tan interesante como navegable. El arte de vivir es el arte de saber desplegar las velas para neutralizar el sufrimiento y, sin embargo, aceptar el “dolor natural” que se desprende de determinadas experiencias. La matriz de esta inteligencia se basa en la adopción de actitudes diversas ante la insospechada perturbación. Unos optan por la queja estéril y debilitadora que niega la propia capacidad de superación. Otros, prefieren transferir sus talentos como navegantes y tras abandonar el timón se dirigen a los cielos para negociar cambios en los truenos y en las olas.
Cuando la tormenta estalla y los truenos rompen el cielo, de nada sirve quejarse. La queja crea una atmósfera de inutilidad personal e intoxica nuestro inconsciente. Ante la queja, ninguna persona que nos acompañe en la travesía, va a hacer más por resolver la situación ni siquiera desplegar mayor eficacia. En todo caso, su labor se verá acompañada del virus quejumbroso de impotencia que tiende a contaminar la atmósfera.
En tiempos de tormenta, las personas con fe imploran al cielo soluciones para sus desgracias y ello no sólo porque el milagro acecha y sus miedos se calman, sino también porque concretan lo que quieren y ponen en marcha cambios mágicos en los andamiajes del Gran Sueño. Sin embargo, el hecho de compartir con el Universo lo que precisamos, no sustituye la acción oportuna e inteligente de aquél que sabe plegar las velas y poner rumbo hacia las costas.
Cuando el momento que uno vive es difícil, bien sea porque hay tormenta en los cielos o porque
atravesamos estrecheces en la tierra, sabemos que, tras cada paso, contamos con un gran aliado que corre a favor del sosiego: el tiempo. Sabemos de la transitoriedad de las cosas y que todo cambia. Cada minuto abordado con coraje es un minuto de victoria. Cada metro recorrido, un metro que dejamos atrás en el camino de salida. No se trata de optimismo o pesimismo, sino de alcanzar la competencia emocional suficiente como para mantener el discernimiento y adoptar medidas de plena eficacia.
En los tiempos difíciles, la mente tan sólo enfoca allí donde se requiere apoyo, acción inteligente y soluciones inmediatas. A medida que uno supera los golpes de las primeras olas y ajusta el rumbo ante los vientos que soplan, su corazón se vacía de ilusiones mientras aplica remedios eficaces y rápidos en plena contienda. Tal vez no sea tiempo de opinar, ni tan siquiera de tratar de divagar y comprender, sino que se trata de actuar. Más tarde, cuando la tormenta se aleje y el horizonte se despeje, será el tiempo de respirar profundo, de sentir el silencio y de dar las gracias. En realidad, es entonces cuando corroboramos que el viento y las olas corren a favor del que sabe navegar.
(07-01-2017, 21:39 PM)cris30 escribió: Digo la 35
COMUNICACIÓN
Lo importante no es lo que se dice, sino lo que se hace. Nisargadatta.
El hecho de hablar y divagar de todo aquello que, en última instancia, no resulte posible ser llevado a la acción, puede llegar a convertirse en “materia mental tóxica”. El ser humano es un proceso de acción consciente que se mueve por un impulso a realizar los niveles más profundos de su esencia.
Una fuerza que brota cuando ya hemos superado necesidades básicas tales como la consecución de alimento, el afecto y la autoestima. La necesidad de auto-realización pertenece a un nivel más elevado en la escala de necesidades que nos impulsa a convertir en cosa nuestras procesos creadores.
El hecho de crear y transformar la materia hasta los increíbles niveles que la tecnología actual nos permite, supone alcanzar una capacidad tan extraordinaria, que recuerda la frase del evangelio que afirma “Y seréis como dioses”. En realidad, así como nuestros pensamientos nacen con vocación de palabra, también nuestra palabra nace con vocación de acción. El proceso de inventar, descubrir y, posteriormente, hacer, es un su viaje que, partiendo de la nada fantasmal más profunda y misteriosa del muy dentro, se convierte en acción transformadora del “ahí fuera”. En cierto modo, los seres humanos somos ginecólogos de aquello que queriendo nacer, utiliza nuestra inspiración y nuestro hacer.
Se dice que educamos a nuestros hijos, no tanto por lo que les decimos como por lo que hacemos. Y en última instancia, lo que hacemos es, ni más ni menos que, lo que somos.
Cuando alguien dice que fumar es malo mientras él soterradamente fuma, sucederá que sus palabras no llegarán al corazón del que escucha. El que educa y transmite, crea un campo morfogenético o cualidad de la “energía ambiente” de gran poder en la mente del que crece y evoluciona.
Palabra y acción, un binomio que es menester equilibrar. A veces, este equilibrio se rompe por la exagerada presencia del pensamiento discursivo y academicista. Si tal des-balance se produce por la presencia de un “apetito desordenado de información”, termina por convertirnos en seres teóricos con un bajo nivel de acción y experimentación. Ante tal desequilibrio, tal vez sea el momento de vaciar los armarios, limpiar la casa de papeles y libros y dejar espacios abiertos para que circule la energía hacia una vida más amplia. Si uno siente que se ha dedicado a “coleccionar datos” y que en su mente racional no cabe el entusiasmo vital del que siente y abraza, es el tiempo de soltar lastre, cosas y símbolos, y dejar que el Ser Interno se mueva con mayor ligereza.
Si con tanta intelectualización, lo que en realidad uno buscaba era desviar una carencia efectiva, es tiempo de hacer cambios y de iniciar nuevas actividades. Tai chi o yoga, bailes de salón o incluso trekking por las montañas. Tal vez, es el tiempo de soltar hábitos que coagulan el flujo de vida que corre por las venas. Quizá, a muchos varones de nuestra sociedad racionalista les llegó el tiempo de hacer aflorar la profundidad afectiva y la serena sensualidad que poseen al intensificar la actividad del hemisferio cerebral derecho. Tal vez, llegó el tiempo de balancear la razón con la ternura y la disciplina con la benevolencia. La parte femenina de la mente demanda afectividad y vivencias, más allá de teorías y palabras. Una dimensión que abre la puerta de lo Profundo y permite el acceso a la transparencia. Dos hemisferios cerebrales, una conciencia. Un delicado e interesante proceso de integración que recuerda al ave que avanza con el concurso de sus dos alas. Un nacimiento al nuevo paradigma del androginato psíquico, que tras moverse de lado a lado del péndulo, está preparado para saltar a la conciencia integral que observa a una mente que fluye por entre las luces y las sombras.