(08-01-2017, 00:14 AM)Deva escribió: El 2. Gracias!!
ABUNDANCIA
La auténtica riqueza de un ser humano es el bien que hace al mundo. Mahoma
Si la riqueza parece consistir en tener “muchas cosas” como estado de abundancia que parece
prometer la felicidad, habrá que preguntarse qué es lo que hace realmente feliz al ser humano. Y al querer responder a ello, uno mismo topa con toda una jerarquía de necesidades en las que, tal vez, la cantidad de cosas no es tan relevante como la calidad y cualidad de las mismas.
En el escalón más básico, la riqueza sirve para cubrir la necesidad de alimento que, como a todo “bebé existencial”, es lo que configura su mundo. Una vez resuelto esto, se asciende al escalón de las emociones desde el que se considera rico a un ser que ignora el aislamiento y la carencia afectiva. En un escalón todavía superior, la riqueza tendrá que ver con el nivel mental de autoestima y la consiguiente auto-confianza que posibilita un eficaz logro de objetivos y metas.
Conforme la Humanidad resuelve las necesidades pertenecientes a los escalones básicos de alimento, afecto, sentimiento de pertenencia y autoestima, nacen otras más elevadas o meta-necesidades que conforman el sentido de la vida y la optimización de las capacidades más insospechadas del alma humana. Si las necesidades de nivel inferior no están resueltas, las de nivel superior ni tan siquiera asoman en la consciencia. Es por ello que resulta estéril, por ejemplo, intentar involucrar a un mendigo en el problema ecológico del Amazonas. Ni lo siente ni le importa.
La necesidad de autorrealización se define como un impulso hacia el desarrollo de todas aquellas potencialidades de que disponemos como seres humanos. La capacidad de materializar nuestro propósito central, de descubrir nuestra misión en la vida y cumplirla, y de convertir en realidad nuestras utopías más íntimas, suponen un objetivo que señala la riqueza esencial con mayúsculas.
Una riqueza basada en la capacidad de sosegar la mente y expandir la consciencia.
Si se da un paso más en la jerarquía de necesidades, sucede que muchas personas, sin pretenderlo, acceden a la llamada experiencia cumbre. Se trata de una vivencia en la que el sujeto trasciende el espacio y el tiempo del ego racional y, durante un episodio de mayor o menor duración, se instala en un estado de infinitud y totalidad del que se derivan consecuencias extraordinarias. Haber “viajado” de manera imprevista al plano en el que la contradicción dualista se trasciende, conlleva la eliminación del miedo a la muerte y, a menudo, el desarrollo de facultades psíquicas insospechadas.
Una vez que se ha experimentado tal nivel de conciencia, el sujeto vive en la certeza de que eso es y existe, aunque no se controle la posibilidad de repetir a voluntad tal experiencia.
El espíritu de servicio y el desarrollo espiritual provienen asimismo de motivaciones que brotan del ático de la mente humana. Se trata de niveles que han sido cartografiados por seres considerables como vanguardia de la supraconciencia. Seres que han legado un testimonio de amor y lucidez en el que la propia riqueza es sinónimo de la capacidad tanto de crecer como de ofrecer. Cuando la vida está orientada hacia el desarrollo interior, capacita a hacer remitir tanto el sufrimiento propio como el ajeno, convirtiendo a los individuos conscientes en anónimos maestros y terapeutas. Se trata de hombres y mujeres de aspecto común cuya riqueza está basada en la capacidad de auto-facilitarse la apertura de la propia crisálida y la de acompañar a sus próximos en tal delicado proceso de “ginecología del alma”. Un mundo en el que la riqueza consiste de experimentar el supremo gozo de ser útil a la liberación del sufrimiento humano mediante la evolución de la conciencia.
(08-01-2017, 00:24 AM)Aste930 escribió: Elijo el 78
HERMANDAD
--Busqué mi alma a mi alma no la pude ver.
Busqué a mi Dios, mi Dios me eludió.
Busqué a mi hermano y encontré a los tres--
Anónimo
Hay momentos en los que la vida nos enfrenta a la enfermedad, al duelo y a la desgracia. Sucede entonces que tendemos a sentir que todo se mueve y se tambalea. Es un tiempo en el que buscamos un Algo que esté más allá de la vida funcional y prosaica y que, a su vez, aporte alivio y nuevas respuestas. En tales circunstancias, muchas personas recuerdan que, en algún tiempo pasado y, antes de entrar en los giros cotidianos de la noria, experimentaron registros de inocencia y lucidez. Y, tal vez entonces, se nos ocurre echar de menos la calidez del alma, sobre todo, en momentos sensibles en los que observamos como asoma a nuestra conciencia la mediocridad y tristeza. Es un tiempo en el que uno se interesa por niveles sensibles que, al parecer, tan sólo afloran en los místicos y poetas.
En el fondo, se tiene la esperanza de aprovechar la nostalgia recién presentada para ver un destello de luz e incorporar tal esencia en la vida diaria. Uno, entonces, tan sólo quiere sentir y aliviar la sequedad que acompaña el desierto de algunas etapas que su vida enfrenta.
Tras no ver ni escuchar ningún destello de respuesta, uno vuelve, poco a poco, a los hábitos de cada día y la idea de tan sutil contacto, pronto se olvida y dispersa. Pareciere que la llamada profunda no ha debido llegar al nivel que uno anhela. Tal vez, porque piensa que cualquier cosa que huela a espiritual es una idea fabricada por el temor de la propia mente o, tal vez, porque Eso, aunque exista, no contesta en la forma que uno espera.
Es entonces cuando se recuerda que, tal vez, Dios no tenga su residencia en los cielos precisamente, sino que sea el corazón profundo de todas las cosas. Tras lo cual, uno decide aplicarse con plena atención al momento presente como forma de limpiar el canal de conexión con su propia alma. Poco a poco, la acción noble y justa hace encajar todas las piezas que anteriormente parecían dispersas. Finalmente, uno termina por sentir que Eso que buscaba es uno mismo y que se halla en relación con su propio darse cuenta.
Pasado un tiempo, la profundidad comienza a revelarse y la propia mente busca la serenidad en un silencio que antes no aguantaba y que, ahora, de pronto, se vive como estado óptimo de conciencia.
Uno observa que desde la reciente complicidad interna, Eso existe debajo y encima, atrás y delante de todas las cosas.
Llega un día en el que sentimos hermandad con los rostros que se cruzan. Un sentimiento menos empañado por el egoísmo, la prisa y la sombra. Y como si fuese un pequeño tallo que aflora de la tierra, brota el espíritu de servicio que, anteriormente, latía escondido en ese espacio interior que recuerda a las capas más profundas de la cebolla. Es entonces cuando se capta el alma como apertura que subyace en las pupilas, muchas veces ajenas a su propia grandeza.
Uno comenzó buscando en los cielos. Más tarde, adentró su mirada al corazón de sus células y se abrió a momentos de silencio que apostaban por la hondura serena. Y todavía, más tarde, el Rostro interno, ya vislumbrado, se revela en los seres que cruzan un instante su mirada con la nuestra.