Uno de los temas que por lo general crean disputas y controversias, más allá de la política o la religión, es la vieja pregunta acerca de si preferimos a los perros o a los gatos. Usualmente, independientemente de la respuesta, se generan posturas diametralmente opuestas, pues cada individuo involucrado en la discusión expone vehementemente por qué su favorito es mejor que el otro. Rara vez algún valiente dirá que ama u odia a ambas especies.
Otra pregunta que si bien no genera tantas polémicas es cuál es nuestro animal favorito. Desde niños y hasta más allá de la adultez, esta pregunta se emplea para romper el hielo entre los desconocidos así como los silencios incómodos. No obstante, pese a ser preguntas en apariencia triviales, cada una de ellas encierra aspectos más profundos de nuestro ser que si los analizáramos con detenimiento, entenderíamos aquello que nos hace individuales, nuestras fortalezas y debilidades, nuestra vocación, e incluso por qué tenemos mayor atracción o repulsión hacia determinados individuos.
En los comienzos de la humanidad, la preferencia de un animal sobre otro determinaba aspectos trascendentales como quién podría ser un potencial cónyugue, quién era nuestro amigo o nuestro enemigo, cuál era nuestra posición en determinada sociedad, los intercambios económicos, y muchos otros aspectos que en nuestros días no podemos entender en parte por la actitud despectiva que hemos desarrollado en los últimos tiempos respecto al mundo natural. Si entendiéramos un poco de la intrincada simbología que cada sociedad antigua imprimió en su visión de la naturaleza, nos sentiríamos sumamente apenados no sólo por nuestra ignorancia sobre el tema sino también por la poca capacidad de asombro con la que miramos el mundo pese a que en apariencia nuestra tecnología y saberes son más amplios.
La asociación de un individuo o un grupo social con determinado animal se conoce como totemismo, el cual ha sido estudiado especialmente por la antropología. Pero este fenómeno no ocurría al azar, pues cada individuo y su grupo social encarnaban de una u otra manera rasgos físicos, mentales y espirituales con dicho animal.
Aunque el totemismo es mayoritariamente conocido por los monumentos de madera creados por tribus de América del Norte, no han sido los únicos grupos humanos en hacer estas conexiones. En la Amazonía y los Andes, incluso las asociaciones son mucho más complejas, pues también el tótem de una persona está determinado por plantas. Así mismo, no sólo el tótem es un animal o una planta sino un conjunto de animales y plantas ordenados de una manera muy determinada, casi como el documento de identificación que empleamos en la actualidad para gestionar asuntos legales o mostrar nuestra existencia en nuestros países de origen.
Así como en América este fenómeno fue común y aún sobrevive en las tribus indígenas actuales que de alguna forma han logrado mantener sus conocimientos ancestrales, esto ha ocurrido en la mayor parte de las latitudes del mundo. Incluso, en el caso de los europeos, este fenómeno es visible en las heráldicas de los distintos apellidos. Por otro lado, las banderas de los distintos países o equipos de distintos deportes también mantienen esta dinámica. Por eso, no debemos suponer que este fenómeno es cosa del pasado, pues aún vive en nuestra colectividad.
Ahora bien, más allá de los usos pragmáticos del totemismo, hay quienes afirman que la asociación con determinada especie o animal (o vegetal) trasciende hasta la espiritualidad más profunda. Si bien existían tótems que asociaban a un individuo con un grupo social determinado (especialmente la familia), existía un tótem que era particular para este y que le confería de una u otra forma mucho de lo que le acontecía en su existencia.
En el caso de muchas tribus de Suramérica, por ejemplo, el jaguar era el animal tótem de aquellos que estaban destinados a ser chamanes. No cualquiera tenía este privilegio, pues el jaguar era considerado como un animal que podía viajar entre las distintas dimensiones a su antojo. Incluso, en los estados extáticos inducidos por determinadas prácticas o sustancias, el chamán tenía la capacidad de metamorfosearse en un jaguar y así, lograba viajar a dimensiones que estaban más allá del mundo material.
Aunque tradicionalmente saber cuál era el tótem individual dependía del consejo del mismo chamán, en la actualidad dicha práctica está casi en extinción. No obstante, esto no significa que aquellos que desean profundizar en su entendimiento sobre sí mismos estén condenados por la fatalidad del mundo moderno. Si bien existen prácticas que ayudan a entender esto con mayor profundidad, considero que el primer paso es volver a preguntarnos a nosotros mismos ese cuestionamiento de antaño, sobre cuál es su animal favorito y por qué.
Pero sobre todo, debemos profundizar qué rasgos de nuestra personalidad se asocian a nuestro animal favorito. De hecho, el elemento en el que se mueve determinado animal es indicativo de muchas facetas de aquello que nos hace sentir cómodos. Por ejemplo, aquellos cuyo tótem es terrestre, son por lo general individuos que requieren del enraizamiento para mantener estabilidad física y emocional. Los tótems de agua, por el contrario, indican que la seguridad es generada a través del movimiento y el fluir. En el caso de los tótems de aire, la comodidad es adquirida a través de la búsqueda de conocimientos más elevados de conciencia.
Así mismo, el comportamiento solitario o gregario del animal indicaría qué tan sociables somos en nuestra vida diaria. Tal vez por eso es común que los introvertidos prefieran a un gato y los extrovertidos a un perro, como mascota. Pero por otro lado, este comportamiento podría indicarnos a quién depositamos nuestro afecto. Así como existen animales que distribuyen su amor a toda la manada sin distinción, existen aquellos que sólo dan amor y protección a sus crías y las defienden con todo su ser.
Independientemente de la elección de cada quién, este ejercicio invita a la introspección pero también a la revaloración de la influencia del mundo natural sobre la humanidad. Nuestra especie, independientemente de sus diferencias obvias con respecto a las demás especies, hace parte de este mundo pues somos animales, pese a las molestias que esta premisa genera. Tal vez si festejáramos ese lado más “salvaje”, pero no por eso menos sabio, podríamos conectarnos más con quiénes somos realmente, más allá de tradiciones o creencias que sólo nos han desconectado de la divinidad sino también nos han puesto en peligro. Si fuéramos más “salvajes”, quizás no subvaloraríamos la existencia de otros seres vivientes ni tampoco ejerceríamos prácticas atroces como contaminar los ríos, envenenar las frutas y vegetales con químicos o maltratar/matar animales con fines “lúdicos”. Cuando hacemos esto, estamos aniquilando una parte de nosotros mismos.
Otra pregunta que si bien no genera tantas polémicas es cuál es nuestro animal favorito. Desde niños y hasta más allá de la adultez, esta pregunta se emplea para romper el hielo entre los desconocidos así como los silencios incómodos. No obstante, pese a ser preguntas en apariencia triviales, cada una de ellas encierra aspectos más profundos de nuestro ser que si los analizáramos con detenimiento, entenderíamos aquello que nos hace individuales, nuestras fortalezas y debilidades, nuestra vocación, e incluso por qué tenemos mayor atracción o repulsión hacia determinados individuos.
En los comienzos de la humanidad, la preferencia de un animal sobre otro determinaba aspectos trascendentales como quién podría ser un potencial cónyugue, quién era nuestro amigo o nuestro enemigo, cuál era nuestra posición en determinada sociedad, los intercambios económicos, y muchos otros aspectos que en nuestros días no podemos entender en parte por la actitud despectiva que hemos desarrollado en los últimos tiempos respecto al mundo natural. Si entendiéramos un poco de la intrincada simbología que cada sociedad antigua imprimió en su visión de la naturaleza, nos sentiríamos sumamente apenados no sólo por nuestra ignorancia sobre el tema sino también por la poca capacidad de asombro con la que miramos el mundo pese a que en apariencia nuestra tecnología y saberes son más amplios.
La asociación de un individuo o un grupo social con determinado animal se conoce como totemismo, el cual ha sido estudiado especialmente por la antropología. Pero este fenómeno no ocurría al azar, pues cada individuo y su grupo social encarnaban de una u otra manera rasgos físicos, mentales y espirituales con dicho animal.
Aunque el totemismo es mayoritariamente conocido por los monumentos de madera creados por tribus de América del Norte, no han sido los únicos grupos humanos en hacer estas conexiones. En la Amazonía y los Andes, incluso las asociaciones son mucho más complejas, pues también el tótem de una persona está determinado por plantas. Así mismo, no sólo el tótem es un animal o una planta sino un conjunto de animales y plantas ordenados de una manera muy determinada, casi como el documento de identificación que empleamos en la actualidad para gestionar asuntos legales o mostrar nuestra existencia en nuestros países de origen.
Así como en América este fenómeno fue común y aún sobrevive en las tribus indígenas actuales que de alguna forma han logrado mantener sus conocimientos ancestrales, esto ha ocurrido en la mayor parte de las latitudes del mundo. Incluso, en el caso de los europeos, este fenómeno es visible en las heráldicas de los distintos apellidos. Por otro lado, las banderas de los distintos países o equipos de distintos deportes también mantienen esta dinámica. Por eso, no debemos suponer que este fenómeno es cosa del pasado, pues aún vive en nuestra colectividad.
Ahora bien, más allá de los usos pragmáticos del totemismo, hay quienes afirman que la asociación con determinada especie o animal (o vegetal) trasciende hasta la espiritualidad más profunda. Si bien existían tótems que asociaban a un individuo con un grupo social determinado (especialmente la familia), existía un tótem que era particular para este y que le confería de una u otra forma mucho de lo que le acontecía en su existencia.
En el caso de muchas tribus de Suramérica, por ejemplo, el jaguar era el animal tótem de aquellos que estaban destinados a ser chamanes. No cualquiera tenía este privilegio, pues el jaguar era considerado como un animal que podía viajar entre las distintas dimensiones a su antojo. Incluso, en los estados extáticos inducidos por determinadas prácticas o sustancias, el chamán tenía la capacidad de metamorfosearse en un jaguar y así, lograba viajar a dimensiones que estaban más allá del mundo material.
Aunque tradicionalmente saber cuál era el tótem individual dependía del consejo del mismo chamán, en la actualidad dicha práctica está casi en extinción. No obstante, esto no significa que aquellos que desean profundizar en su entendimiento sobre sí mismos estén condenados por la fatalidad del mundo moderno. Si bien existen prácticas que ayudan a entender esto con mayor profundidad, considero que el primer paso es volver a preguntarnos a nosotros mismos ese cuestionamiento de antaño, sobre cuál es su animal favorito y por qué.
Pero sobre todo, debemos profundizar qué rasgos de nuestra personalidad se asocian a nuestro animal favorito. De hecho, el elemento en el que se mueve determinado animal es indicativo de muchas facetas de aquello que nos hace sentir cómodos. Por ejemplo, aquellos cuyo tótem es terrestre, son por lo general individuos que requieren del enraizamiento para mantener estabilidad física y emocional. Los tótems de agua, por el contrario, indican que la seguridad es generada a través del movimiento y el fluir. En el caso de los tótems de aire, la comodidad es adquirida a través de la búsqueda de conocimientos más elevados de conciencia.
Así mismo, el comportamiento solitario o gregario del animal indicaría qué tan sociables somos en nuestra vida diaria. Tal vez por eso es común que los introvertidos prefieran a un gato y los extrovertidos a un perro, como mascota. Pero por otro lado, este comportamiento podría indicarnos a quién depositamos nuestro afecto. Así como existen animales que distribuyen su amor a toda la manada sin distinción, existen aquellos que sólo dan amor y protección a sus crías y las defienden con todo su ser.
Independientemente de la elección de cada quién, este ejercicio invita a la introspección pero también a la revaloración de la influencia del mundo natural sobre la humanidad. Nuestra especie, independientemente de sus diferencias obvias con respecto a las demás especies, hace parte de este mundo pues somos animales, pese a las molestias que esta premisa genera. Tal vez si festejáramos ese lado más “salvaje”, pero no por eso menos sabio, podríamos conectarnos más con quiénes somos realmente, más allá de tradiciones o creencias que sólo nos han desconectado de la divinidad sino también nos han puesto en peligro. Si fuéramos más “salvajes”, quizás no subvaloraríamos la existencia de otros seres vivientes ni tampoco ejerceríamos prácticas atroces como contaminar los ríos, envenenar las frutas y vegetales con químicos o maltratar/matar animales con fines “lúdicos”. Cuando hacemos esto, estamos aniquilando una parte de nosotros mismos.