A ver, necesito echar un poco por fuera. Voy avisando para quienes no tienen el estómago dispuesto a exabruptos derivados del malestar ajeno.
No sé si estaréis de acuerdo conmigo en que suele ser habitual que quienes nos interesamos por cuestiones relacionadas con lo esotérico y lo espiritual hayamos llegado a ellas tras haber pasado duras pruebas que nos han llevado a "desperezarnos" o largos periodos en los que nos hemos sentido totalmente incomprendidos, fuera de lugar y desprovistos de rumbo; a veces incluso toda una vida.
Durante el largo camino que lleva del sueño al despertar, la gran mayoría de nosotros nos sentimos perdidos y buscamos en el contacto con los "seres de luz" (aunque sea a través de un intermediario) un refugio en el que cobijarnos de las inclemencias de una vida a menudo plagada de días grises y opacos e insatisfacciones varias, pero también una receta mágica con la que alumbrar nuestra ruta para evitarnos tropiezos.
Hace poco que estoy en contacto con este mundo, pero soy consciente no solo de mis propias expectativas y mi vulnerabilidad, sino también de la del resto de personas con las que me cruzo y que se adentran en este mundo buscando ser reconfortadas. ¿Acaso no resulta tentador obtener respuestas certeras y amorosas del más allá a nuestras cuitas? ¿Quién no desea saber cómo librarse del mal que le aqueja, de la tristeza que lo abate, del miedo que lo atenaza o qué le espera al borde del camino nada más doblar la esquina? En verdad resulta tentador. Y, además, nos lo venden como la panacea. Hay fórmulas de todo tipo, desde la ley de la atracción, pasando por la visualización creativa, la oración, la mediumnidad, la solicitud de señales a los guías, el viaje astral, los mensajes oníricos, la cartomancia, la lectura de las hojas del té, del café, de las líneas de las manos y hasta de los pliegues del ano. En fin, y si nada de eso funciona, sigues anclado en la 3D y tu vida no ha mejorado un ápice, ¡pues será que no debía de ser o que no vibras alto! Si por existir, existe justificación para todo…
El problema viene cuando la realidad, tozuda, nos cierra puertas que querríamos ver abiertas y las señales que creemos recibir (por sugestión, quizás) nos llevan a pensar que debemos mantener la fe. ¿Puede haber algo peor que la esperanza malograda? Y ahí es cuando uno, totalmente desorientado, impotente e incapaz de mediar por sí solo en el supurante conflicto que se instala entre su lado racional y el miedo a traicionar, con su incredulidad, sus florecientes valores espirituales, recurre al oráculo de Delfos: un canalizador. ¡Y sí, solo ellos parecen tener la respuesta a todas las preguntas acerca del pasado, el presente y el futuro! Y el primer oráculo te dice algo que te reafirma en aquello que quieres ver y sales ligero y confiante: ¡sí, un pasito más y la rueda girará a tu favor! Pero resulta que no, que todo sigue igual, y vuelves a consultar a otro oráculo, a hacer limpiezas, cortar nudos, eliminar karmas, y el nuevo oráculo contradice al primero, y así en un bucle interminable en el que algunas personas con demasiada confianza en su imaginario arrastran a otras necesitadas de certezas, aunque sean vanas; y de luz, aunque sea cegadora.
Todo esto para decir que este mundo reúne los elementos ideales para hacernos peligrosamente dependientes. Creo que, quienes canalizan o dicen hacerlo, deberían ser conscientes, por una parte, de que un mensaje vacío es un mensaje vacío, aunque se lo rellene como a un pavo en Acción de Gracias con expresiones azucaradas de luz, paz, amor y unicornios alados multicolor, y, por otro, de que la información que proporcionen puede condicionar en gran medida la vida o el estado de ánimo de la persona que tienen frente a ellos, por lo que deberían cerciorarse de que saben lo que hacen y de dónde proviene el mensaje y, si no, abstenerse de “jugar”, aunque sea sin mala intención, con las vidas ajenas a cambio, además, de la energía del dinero. Es muy fácil sentirse estafado cuando hablamos de emociones y de un acto de fe.
La palabra clave es responsabilidad: de parte de terapeutas, médiums y canalizadores, y de todos aquellos que en algún momento hemos recurrido a ellos en busca de recetas mágicas para lidiar con nuestras incapacidades y alcanzar la felicidad.
“El amor es el remedio contra todos los malos augurios”.
Milán Kundera
No sé si estaréis de acuerdo conmigo en que suele ser habitual que quienes nos interesamos por cuestiones relacionadas con lo esotérico y lo espiritual hayamos llegado a ellas tras haber pasado duras pruebas que nos han llevado a "desperezarnos" o largos periodos en los que nos hemos sentido totalmente incomprendidos, fuera de lugar y desprovistos de rumbo; a veces incluso toda una vida.
Durante el largo camino que lleva del sueño al despertar, la gran mayoría de nosotros nos sentimos perdidos y buscamos en el contacto con los "seres de luz" (aunque sea a través de un intermediario) un refugio en el que cobijarnos de las inclemencias de una vida a menudo plagada de días grises y opacos e insatisfacciones varias, pero también una receta mágica con la que alumbrar nuestra ruta para evitarnos tropiezos.
Hace poco que estoy en contacto con este mundo, pero soy consciente no solo de mis propias expectativas y mi vulnerabilidad, sino también de la del resto de personas con las que me cruzo y que se adentran en este mundo buscando ser reconfortadas. ¿Acaso no resulta tentador obtener respuestas certeras y amorosas del más allá a nuestras cuitas? ¿Quién no desea saber cómo librarse del mal que le aqueja, de la tristeza que lo abate, del miedo que lo atenaza o qué le espera al borde del camino nada más doblar la esquina? En verdad resulta tentador. Y, además, nos lo venden como la panacea. Hay fórmulas de todo tipo, desde la ley de la atracción, pasando por la visualización creativa, la oración, la mediumnidad, la solicitud de señales a los guías, el viaje astral, los mensajes oníricos, la cartomancia, la lectura de las hojas del té, del café, de las líneas de las manos y hasta de los pliegues del ano. En fin, y si nada de eso funciona, sigues anclado en la 3D y tu vida no ha mejorado un ápice, ¡pues será que no debía de ser o que no vibras alto! Si por existir, existe justificación para todo…
El problema viene cuando la realidad, tozuda, nos cierra puertas que querríamos ver abiertas y las señales que creemos recibir (por sugestión, quizás) nos llevan a pensar que debemos mantener la fe. ¿Puede haber algo peor que la esperanza malograda? Y ahí es cuando uno, totalmente desorientado, impotente e incapaz de mediar por sí solo en el supurante conflicto que se instala entre su lado racional y el miedo a traicionar, con su incredulidad, sus florecientes valores espirituales, recurre al oráculo de Delfos: un canalizador. ¡Y sí, solo ellos parecen tener la respuesta a todas las preguntas acerca del pasado, el presente y el futuro! Y el primer oráculo te dice algo que te reafirma en aquello que quieres ver y sales ligero y confiante: ¡sí, un pasito más y la rueda girará a tu favor! Pero resulta que no, que todo sigue igual, y vuelves a consultar a otro oráculo, a hacer limpiezas, cortar nudos, eliminar karmas, y el nuevo oráculo contradice al primero, y así en un bucle interminable en el que algunas personas con demasiada confianza en su imaginario arrastran a otras necesitadas de certezas, aunque sean vanas; y de luz, aunque sea cegadora.
Todo esto para decir que este mundo reúne los elementos ideales para hacernos peligrosamente dependientes. Creo que, quienes canalizan o dicen hacerlo, deberían ser conscientes, por una parte, de que un mensaje vacío es un mensaje vacío, aunque se lo rellene como a un pavo en Acción de Gracias con expresiones azucaradas de luz, paz, amor y unicornios alados multicolor, y, por otro, de que la información que proporcionen puede condicionar en gran medida la vida o el estado de ánimo de la persona que tienen frente a ellos, por lo que deberían cerciorarse de que saben lo que hacen y de dónde proviene el mensaje y, si no, abstenerse de “jugar”, aunque sea sin mala intención, con las vidas ajenas a cambio, además, de la energía del dinero. Es muy fácil sentirse estafado cuando hablamos de emociones y de un acto de fe.
La palabra clave es responsabilidad: de parte de terapeutas, médiums y canalizadores, y de todos aquellos que en algún momento hemos recurrido a ellos en busca de recetas mágicas para lidiar con nuestras incapacidades y alcanzar la felicidad.
“El amor es el remedio contra todos los malos augurios”.
Milán Kundera