(30-08-2018, 15:49 PM)sacerdotisaluna escribió:(30-08-2018, 15:21 PM)Gloria_ escribió: Vuelvo a ofrecer los mensajes de José María Doria en forma de frases célebres y la interpretación de las mismas.
Las frases serán escogidas aleatoriamente o bien podéis escoger un número del 1 al 144.
Que interesante!! me apunto,elijo el número 33,mil graciasss
COMUNICACIÓN
Tacto es la habilidad de lograr que otro vea la luz sin hacerle sentir el rayo. Henry Kíssinguer.
La verdadera maestría lleva aparejada la facultad de transmitir enseñanza a otra persona sin pasar ninguna factura emocional por ello. Se trata de facturas encubiertas que recuerdan sutilmente, no sólo la ignorancia del que aprende, sino también la superioridad del que enseña. La verdadera maestría muestra que aprender es un proceso fácil y apoya la idea de que no es necesario el esfuerzo, sino que más bien es la motivación lo que realmente cuenta. La tan caducada frase la letra con sangre entra, afirmaba que el conocimiento se logra a través del sacrificio y las experiencias de renuncia dolorosas. Pero sin duda, dicha sentencia pertenece a los viejos paradigmas de escasez y estancamiento de nuestra herencia. En el mundo de la enseñanza, es frecuente encontrar a personas que son simplemente eruditas. Es decir, que tan sólo poseen cantidad de datos académicos. Son profesionales que todavía no han “metabolizado” su información ni logrado convertirla en sabiduría. Son repetidores de lo leído que tan sólo se quedan en meros “coleccionistas de datos”. Por el contrario, aquel ser humano que haya experimentado la información que posee, y mediante lágrimas y risas haya madurado su alma, estará facultado por el Universo para facilitar la expansión de la consciencia. La función del profesor puramente “enterado”, consiste en repetir la información que acopia y, en el peor de los casos, dar lecciones con carga de superioridad soterrada. Por el contrario, la figura del profesor que tras subir la escarpada, se ve inmerso en el descenso a sus “infiernos”, expresa tal grado de prudencia y sabiduría, que no osa condenar ni siquiera a su propia sombra. El ser humano maduro hace ya tiempo que salió de la casa y derritió sus fríos picos matemáticos en los valles del corazón. Valles en donde nació la Vida con mayúsculas. El sabio camina hermanado junto al discípulo, facilitando situaciones en las que el joven siembra preguntas y cosecha respuestas. ¿Cómo hace un psicoterapeuta para mostrar la luz sin los efectos del rayo? La Psicología es el arte de elaborar preguntas. Preguntas que al nacer, dirigen la atención del paciente hacia áreas que éste por sí sólo, difícilmente observaría. Y sucede que al mirar, allí donde conviene alumbrar y proceder a examinar lo que aflora, logramos expandir consciencia sobre nuestras insospechadas sombras. La palabra “terapeuta” quiere decir “acompañante”. Un psicoterapeuta será un acompañante de la psique es decir, acompañante del alma. Un facilitador de espacios de transformación en los que se modifican pautas. En realidad, el campo de consciencia que un psicoterapeuta elabora con su cliente, más se parece a un espacio de ginecología en el que se alumbra un nuevo Yo, que a un diagnóstico académico orientado por baterías de test y títulos de excelencia. Cuando encontramos un mentor vocacional que nos acompaña y asesora en los procesos de cambio, revisamos interpretaciones de lo que sucede, y sobre todo, ampliamos progresivamente la facultad de “darnos cuenta”. Mostrar la luz sin hacer sentir el rayo, también significa ejercer el arte de preguntar de forma tal que el propio sujeto que está aprendiendo a aprender, elabore su propia respuesta. El proceso de respuesta consiguiente no se queda en el nivel del dato, sino que desencadena vivencias conscientes que transforman la mente del que se busca. El que enseña a los demás tras haber aprendido a preguntar y a escuchar, en realidad, es el que mejor muestra y revela lo que hay tras las apariencias.
(30-08-2018, 15:52 PM)Nika escribió: Hola!!! Me apunto, la que me toque será la adecuada. Muchas gracias
HERMANDAD
--Busqué mi alma a mi alma no la pude ver.
Busqué a mi Dios, mi Dios me eludió.
Busqué a mi hermano y encontré a los tres-- Anónimo
Hay momentos en los que la vida nos enfrenta a la enfermedad, al duelo y a la desgracia. Sucede entonces que tendemos a sentir que todo se mueve y se tambalea. Es un tiempo en el que buscamos un Algo que esté más allá de la vida funcional y prosaica y que, a su vez, aporte alivio y nuevas respuestas. En tales circunstancias, muchas personas recuerdan que, en algún tiempo pasado y, antes de entrar en los giros cotidianos de la noria, experimentaron registros de inocencia y lucidez. Y, tal vez entonces, se nos ocurre echar de menos la calidez del alma, sobre todo, en momentos sensibles en los que observamos como asoma a nuestra conciencia la mediocridad y tristeza. Es un tiempo en el que uno se interesa por niveles sensibles que, al parecer, tan sólo afloran en los místicos y poetas. En el fondo, se tiene la esperanza de aprovechar la nostalgia recién presentada para ver un destello de luz e incorporar tal esencia en la vida diaria. Uno, entonces, tan sólo quiere sentir y aliviar la sequedad que acompaña el desierto de algunas etapas que su vida enfrenta. Tras no ver ni escuchar ningún destello de respuesta, uno vuelve, poco a poco, a los hábitos de cada día y la idea de tan sutil contacto, pronto se olvida y dispersa. Pareciere que la llamada profunda no ha debido llegar al nivel que uno anhela. Tal vez, porque piensa que cualquier cosa que huela a espiritual es una idea fabricada por el temor de la propia mente o, tal vez, porque Eso, aunque exista, no contesta en la forma que uno espera. Es entonces cuando se recuerda que, tal vez, Dios no tenga su residencia en los cielos precisamente, sino que sea el corazón profundo de todas las cosas. Tras lo cual, uno decide aplicarse con plena atención al momento presente como forma de limpiar el canal de conexión con su propia alma. Poco a poco, la acción noble y justa hace encajar todas las piezas que anteriormente parecían dispersas. Finalmente, uno termina por sentir que Eso que buscaba es uno mismo y que se halla en relación con su propio darse cuenta. Pasado un tiempo, la profundidad comienza a revelarse y la propia mente busca la serenidad en un silencio que antes no aguantaba y que, ahora, de pronto, se vive como estado óptimo de conciencia. Uno observa que desde la reciente complicidad interna, Eso existe debajo y encima, atrás y delante de todas las cosas. Llega un día en el que sentimos hermandad con los rostros que se cruzan. Un sentimiento menos empañado por el egoísmo, la prisa y la sombra. Y como si fuese un pequeño tallo que aflora de la tierra, brota el espíritu de servicio que, anteriormente, latía escondido en ese espacio interior que recuerda a las capas más profundas de la cebolla. Es entonces cuando se capta el alma como apertura que subyace en las pupilas, muchas veces ajenas a su propia grandeza. Uno comenzó buscando en los cielos. Más tarde, adentró su mirada al corazón de sus células y se abrió a momentos de silencio que apostaban por la hondura serena. Y todavía, más tarde, el Rostro interno, ya vislumbrado, se revela en los seres que cruzan un instante su mirada con la nuestra.